miércoles, 18 de octubre de 2006

Era casi como el olor asqueante del hinojo lo que sentía entre el mar y el mar.
Parecía no ser de ninguna tierra con nombre, no tener antepasados, no poder sentir ningún olor.
Flotaba entre selvas sin volúmen, sin ser más que un estrecho, como el de magallanes, al sur, bien al sur.

Uno, dos, silencios de confesión.
Uno, dos, sonidos sordos.
Tres lomadas y una oruga.

Y en el interior, de nuevo, y posiblemente sin su color de voz habitual, escuchando todo y sin poder hablar, con un vestido rosa, respiraba tan profunda y silenciosamente como podía.
Porque cuando se levantaba, quería caer; y cuando caía, soñaba con elevarse hasta esa capa de la atmósfera con nombre más raro.

Como nunca supo dónde ir, y para no perder, prefirió quedarse en estado de reposo, casi de congelamiento, donde estaba, como el no-ímpetu de la gente sin cielo.

Como nunca supo bien dónde ir, prefirió flotar ahí, en ésas coordenadas justas en las que había nacido, entre dos mares, entre el hinojo y la oruga gorda y gris de un olvido trepado a los árboles.




(esta obra es una obra conjunta entre martínez y sgarella, palabras e imágenes vinculadas que, derecho y revés, se enredan, se prestan, se desautorizan, se hablan, causa y efecto del plan canje de la señora)

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